Cuando entras a cualquier mezquita, lo primero que
te llama la atención es su sencillez. Realmente, el típico visitante
no tiene mucho que ver. No hallará ni capillas laterales de
entramados complicados, ni estatuas, ni pinturas, sólo un espacio
alfombrado destinado al rezo. Independientemente de que sea grande o
pequeña, el plan interior es más o menos igual en todas: un espacio
abierto con la dirección de La Meca claramente indicada en una de
las paredes. La palabra árabe que significa mezquita, masÿid,
quiere decir simple y llanamente “lugar de postración”; de ahí que
cualquier lugar en la tierra podría ser una mezquita para el
musulmán. Dondequiera que el musulmán se arrodille ante Al∙lâh en su
rezo y cualquier parte de la tierra sobre la que caiga postrado ante
Él, será considerado como un lugar sagrado.
El
ejército de 'Amr Ibn Al-'Âs, se desplegó sobre Egipto hacia
el año 642, introduciendo el Islam en toda África del Norte hasta
Marruecos y el océano Atlántico. Los habitantes de Egipto, que hasta
aquella fecha había sido un país predominantemente cristiano, se
convirtieron al Islam inmediatamente. El Cairo se convertiría en una
de las ciudades principales del mundo islámico. Sus mezquitas y
centros de aprendizaje serían incomparables en el mundo árabe.
La
mezquita de 'Amr Ibn Al-'Âs fue la primera mezquita que se
construyó en toda África, y fue establecida con el objetivo de que
los soldados de 'Amr pudieran rezar cuando llegaron por
primera vez a El Cairo. Durante catorce siglos, el rezo ha
santificado sus paredes. Ha sido remodelada y reestructurada muchas
veces a lo largo de los años, pero todavía está erigida en el mismo
punto elegido por 'Amr, el líder del ejército del Islam.
Recientemente, la mezquita ha sido restaurada con cuidado y con buen
gusto. Impresiona por su magnífica simplicidad: cuatro áreas
cubiertas que se abren a un patio abierto grande con una fuente
cubierta en su centro. Uno no deja de maravillarse por el cuantioso
número de adoradores que acuden durante los rezos del viernes: se
reúnen en la mezquita para rezar juntos como una comunidad y
escuchar el discurso semanal que alimentará su fe durante toda una
semana.
Lo que
trajo a todos estos adoradores a la mezquita es el Adhân, la
llamada al rezo. Cinco veces al día, la persona que se encarga de
llamar al rezo, el muecín, anuncia desde el minarete de cada
mezquita que es la hora del rezo, hora de aparcar todas las tareas
de la vida con el fin de adorar al autor de la Vida misma. En El
Cairo, como en tantas ciudades grandes del mundo musulmán, la
llamada al rezo proviene en primer lugar de una mezquita y luego, a
través de la distancia, de otra y luego de otra, hasta que la ciudad
entera parece lanzar un grito a Dios, Al·lâhu Akbar, Dios es
Más Grande.
Aquellos que no son musulmanes deben de preguntarse qué significará
todo ese ruido. Expresado en árabe, las palabras exactas del
Adhân son éstas:
Dios es
Más Grande, Dios es Más Grande,
Dios es
Más Grande, Dios es Más Grande.
Atestiguo que no hay más dios que Al∙lâh[1].
Atestiguo que no hay más dios que Al∙lâh.
Atestiguo que Mohammad es el Mensajero de Al∙lâh.
Atestiguo que Mohammad es el Mensajero de
Al∙lâh.
Venid
de prisa al rezo. Venid de prisa al rezo.
Venid
de prisa a la prosperidad. Venid de prisa a la properidad.
Dios es
Más Grande. Dios es Más Grande.
No hay
más dios que Al∙lâh.
Como
si se tratara de un toque de queda que incita a los ciudadanos a
apresurarse y a tomar refugio, el Adhân insta a todos los
musulmanes, a toda la Humanidad, a pensar en Dios, a dejar todo lo
demás a un lado a favor de Él, a apresurarse al rezo y a
resguardarse de las tareas de la vida bajo un solo Dios.
La
primera llamada al rezo es seguida minutos más tarde por una segunda
llamada, anunciando que el rezo está a punto de comenzar en la
mezquita. Los musulmanes no tienen que ir imperativamente a la
mezquita para llevar a cabo estos cinco rezos diarios, pero Mohammad
SAAWS
[2]
enseñó a sus seguidores que era mejor para ellos hacerlo así, y que
serían recompensados por Al∙lâh si lo hacían. Cada paso que un
hombre da camino de la mezquita para rezar, según el profeta, le
hará ascender un grado en el Paraíso y le garantizaría el perdón de
uno de sus pecados.
El
hecho de contemplar a todos los adoradores rezando juntos en la
misma dirección representa un panorama extraordinario, sobre todo
los viernes, el día de la semana en que el rezo del mediodía, Adh-dhohr
debe llevarse a cabo a la vez por toda la comunidad. Esto es un
recordatorio para cada uno de que Al∙lâh es el centro de todo, y que
Él tiene prioridad sobre cualquier otra actividad.
Sin
embargo, ¿por qué rezan los musulmanes cinco veces al día? Cualquier
musulmán sería rápido en dar una respuesta: porque Al∙lâh lo ha
decretado así. Ellos creen que cuando el Profeta Mohammad,
que los Rezos y la Paz de Al∙lâh sean sobre él, viajó con el ángel
Yibrîl por los siete cielos hasta ponerse en presencia del
Mismo Al∙lâh, le fueron establecidos los cinco rezos diarios, como
segundo pilar del Islam. Mohammad explicó después de
ese suceso que al principio se le había dicho que él y sus
seguidores deberían rezar cincuenta veces al día. Él aceptó este
mensaje y comenzó a retirarse hasta que el profeta Mûsâ (Moisés)
se acercó a él y le dijo que sería imposible que su comunidad
cumpliera este decreto. Así que Mohammad volvió y
suplicó a Al·lâh que redujera el número de rezos. Entonces, Al∙lâh
redujo el número de rezos a diez, y Mohammad lo aceptó
y empezó a retirarse, pero Mûsâ se acercó una vez más a Mohammad
y le dijo que ni siquiera su propia gente, los judíos, habían sido
capaces de llevar a cabo tanto rezo. Así, Mohammad
volvió una vez más y pidió a su Señor que el número fuera reducido.
Al∙lâh entonces decretó que el número de rezos diarios fuera fijado
en cinco. Mûsâ todavía pensó que esto era demasiado, pero
Mohammad sintió vergüenza de pedir más a su Señor. Al∙lâh
declaró: “He hecho cumplir Mi imposición y he hecho que fuera
ligera para Mis sirvientes. Aquél que rece estos cinco rezos
será recompensado como si hubiera rezado cincuenta. Lo que decreto
no puede ser cambiado.”
Como
hemos dicho anteriormente, hay un deseo vehemente en los corazones
de las personas que les hace ansiar la felicidad y la realización en
la vida. Ninguna cantidad de cosas materiales puede satisfacer ese
ansia. Los hombres y las mujeres bloquean la sed que tienen de
felicidad con tantas cosas como pueden para mantenerse ocupados. El
rezo, sin embargo, responde a esta sed de manera real. El rezo nos
calma y nos pone en sintonía con nuestra verdadera identidad. El
rezo no es una fuga de la realidad. En ciertos momentos del rezo,
podemos escaparnos hacia la realidad y ver las cosas como
realmente son. El rezo nos da una perspectiva verdadera.
Los
cinco rezos diarios se llevan a cabo en momentos fijos a lo largo
del día: al alba, al mediodía, a media tarde, a la puesta del sol y
a la caída de la noche. Aportan una pauta de alabanza y adoración a
la vida diaria de modo que todos los asuntos del día quedan
bendecidos por el rezo. Al despertarse al amanecer o al acudir al
trabajo con el calor de la tarde, el musulmán es convocado para que
olvide todo lo demás durante un rato y gire sus pensamientos hacia
Dios.
Sin
embargo, antes de rezar, el creyente debe lavarse. Antes del rezo se
establece una rutina especial para ello. El musulmán quiere
mostrarse limpio ante el Omnipotente. A nadie se le ocurriría acudir
a una recepción con el presidente de Francia sin lavarse antes.
Nadie iría a una entrevista de trabajo con las manos sucias. Del
mismo modo, sería impensable para un musulmán acudir ante Al∙lâh sin
estar limpio. Los musulmanes destinan unos minutos para limpiarse
antes de comenzar el rezo. Esto permite que, desde el punto de vista
físico, el polvo y la suciedad de la vida diaria sean eliminados con
el agua, de la misma manera que el polvo y la suciedad que se
agarran a nuestros corazones son eliminados por medio del lavado
espiritual a través del rezo.
Hay
otra cosa que podría ayudarnos a entender la importancia de lavarse
antes de que el rezo comience. En algunas mezquitas construidas hace
mucho, uno entraba a través de lo que se conocía como ziyâda
(recinto), que rodeaba la mezquita y también incluía una pared alta
para aislar la mezquita de sus edificios circundantes. Al pasar a
través de la primera puerta de la calle, caminando por el recinto,
uno deja el ajetreo de la vida tras de sí antes de entrar en la
mezquita. Este recinto proporcionó una ruptura física entre la
actividad de la calle y la vida tranquila de la mezquita. El lavado
antes del rezo realiza una función similar. Esto da al fiel el
suficiente tiempo como para aislarse del mundo del comercio y del
trabajo, y conseguir el estado de ánimo requerido para centrar todos
sus pensamientos en Al∙lâh. Mientras uno se lava, deja todo lo que
le mantuvo ocupado y declara su intención de irse a rezar.
El
rezo actual sigue un modelo fijo, con acciones diversas acompañadas
de palabras determinadas. Los rezos son dichos en árabe, sin tener
en cuenta la nacionalidad de quien los realiza, e implican la
recitación de ciertas partes del Noble Corán. Cuando el modelo fijo
del rezo ha sido completado, un individuo puede añadir entonces sus
propios rezos, si él lo desea, en cualquier lengua. Al principio,
los nuevos musulmanes encuentran difícil dominar los rezos en árabe,
pero el ritmo y el modelo del rezo pronto se hacen naturales para
ellos. En cada uno de los cinco rezos diarios los adoradores recitan
las aleyas que abren el relato del Noble Corán, así como otras
aleyas que pueden haber aprendido.
Vale
la pena destacar aquí que muchos musulmanes se sienten enormemente
orgullosos de saberse todo el Corán de memoria, habiendo comenzado a
aprenderlo desde niños. Muchas mezquitas proporcionan lecciones de
lectura y recitado, y muchas escuelas dan premios a niños que logran
recitar un gran número de aleyas de una sola vez.
No
deja de sorprender, al viajar en metro o en un autobús público en
cualquier ciudad musulmana, la cantidad de gente que encuentras con
el Corán abierto y recitando sus aleyas en voz alta, sobre todo
durante el mes sagrado de Ramadán. En muchos países occidentales,
donde las demostraciones abiertas de fe son extrañas y acaban
atrayendo la mirada perpleja de cualquier espectador, esto resultará
extraño. Sin embargo, en el mundo musulmán resulta totalmente
natural y en absoluto extraño encontrar a una persona que se sienta
al lado tuyo en un tren o un autobús y que recita aleyas del Corán.
Esa recitación es una forma de adoración. Muy a menudo, en un taxi o
vehículo público, la cinta de cassette que pone el conductor no
contiene música de última moda, sino una cinta de éste o aquel
sheij famoso que recita aleyas del Noble Corán.
El
Islam no establece ninguna diferencia entre la religión y la vida
cotidiana. Al contrario, para el musulmán, el Islam es la vida misma.
Una de las mayores barreras para el entendimiento del Islam y la
importancia que éste tiene en la vida de los creyentes, es la
diferente manera de observar la religión en Oriente y en Occidente.
En el mundo occidental muchas personas sinceras van a su iglesia un
domingo y luego tratan de poner en práctica durante la semana lo que
han oído durante aquel domingo. En el Islam no hay ningún domingo (sábado
para los judíos), ningún día de la semana que sea más sagrado que
otro. Para los musulmanes, no se trata de esforzarse en vivir una
vida buena, basándose en su adoración del domingo o del sábado. Para
el musulmán sincero, cada momento de cada día es vivido sintiendo la
presencia de Al∙lâh. El Islam es un estilo de vida completo. Una vez
que el creyente se ha inclinado en total sumisión a Dios, todo lo
demás sigue su curso natural. El Islam nos enseña cómo saludar a los
otros, cómo entrar en una casa, cómo comer... El buen musulmán se
preocupa por su salud, su vestimenta, el modo en que habla y el modo
en que mira a los demás, siguiendo las enseñanzas precisas del Islam
en estos aspectos. Así, entra en la mezquita de una manera
determinada, al subir a un autobús saluda a todos los presentes con
la expresión As-salâmo 'alaikom (Que la paz sea con vosotros)
y todo lo que ve y hace está directamente relacionado con lo que
cree.
En la
sociedad musulmana, nadie encuentra excesivo ni desaprueba que un
musulmán recite en voz alta las palabras de Al∙lâh. Aquellos
musulmanes que no han conseguido la gran proeza de aprenderse el
Corán entero de memoria, emplean el conocimiento del Corán que
tienen al incluir aleyas diferentes en determinados momentos del
rezo. Las aleyas –versículos- de apertura, sin embargo, son siempre
las mismas:
[En el nombre de Al∙lâh, el Todo Misericordioso, el Muy
Misericordioso. Las alabanzas a Al∙lâh, Señor de los mundos, El Todo
Misericordioso, el Muy Misericordioso; Rey del Día de la
Retribución. Sólo a Ti Te adoramos, sólo en Ti buscamos ayuda.
Guíanos por el camino recto, el camino de los que has favorecido, no
el de los que son motivo de ira, ni el de los extraviados.]TSQ
[3](Noble
Corán 1:1-7)
El
rezo es, en primer lugar, una alabanza y adoración a Al∙lâh, y
expresa la actitud de los musulmanes hacia Dios: ellos se inclinan y
se postran en humildad ante Él. Ellos reconocen que Él es el Señor
de todo y que nada de lo que hagan puede concluir en nada bueno a
menos que sea precedido por el nombre de Al∙lâh. El rezo suplica a
Al∙lâh que incluya a los adoradores creyentes con aquellos que serán
salvados. El resto del rezo se desarrolla de la misma manera. Los
adoradores reflejan lo que están diciendo con sus labios mediante
los movimientos que realizan, así se inclinan, se arrodillan o se
postran a la vez que dicen unas fórmulas determinadas.
Otra
vez, observamos que existe una gran diferencia entre este rezo de
adoración y alabanza, y las actitudes predominantes que han crecido
en el mundo occidental. Las nociones de libertad, justicia e
igualdad hacen que muchas personas en Occidente se muestren
inquietas ante la idea de postrarse ante alguien. Piensan que es
indigno el hecho de que hombres y mujeres caigan postrados en la
tierra. Sin embargo, para el musulmán es totalmente apropiado
postrarse ante Al∙lâh, así como temer Su juicio Final y pedir Su
piedad. Estas actitudes son muy reales en el corazón del musulmán.
Hemos dicho que el primer pilar del Islam consiste en atestiguar que
no hay nadie digno de adoración excepto Al∙lâh. En este sentido, el
rezo musulmán acepta esa declaración y la pone en práctica. Los
musulmanes encontrarían bastante escandalosa la idea de que uno
pueda dirigirse a Dios como a un igual. Recuerda que según ellos
Dios no tiene igual y no tiene socios.
Si
otras sociedades hablan de libertad e igualdad ante Dios, no tienen
más que fijarse en lo que ocurre dentro de la mezquita. Durante los
rezos, los fieles están juntos, de pie, hombro con hombro,
dispuestos en filas, rezando juntos sin que haya diferencias por el
nivel de educación o riqueza. En la mezquita podrías encontrar a un
príncipe rezando al lado de un hombre pobre. Al final de los rezos,
ellos se saludarán mutuamente antes de la salida. No hay lugar en el
rezo musulmán para la diferencia de clase. Incluso el hombre que
conduce los rezos ha sido elegido no porque sea una persona
profesionalmente religiosa, haciendo un trabajo para el cual le
pagan, sino porque sabe más sobre el Islam y el Corán que otras
personas. No hay ningún sacerdote en el Islam. Ningún ministro
religioso que actúe en representación de los hombres. Únicamente hay
hermanos y hermanas musulmanes que se inclinan en sumisión a Al∙lâh.
Sin
embargo, algunas personas se apresurarían a señalar una diferencia.
Dirían rápidamente que los hombres y las mujeres no rezan juntos.
¿Seguramente se trata de un prejuicio contra las mujeres? De hecho,
según el Islam, lo contrario es verdadero. El Islam es una religión
eminentemente práctica. Los adoradores se juntan en la mezquita para
enfocar todos sus pensamientos y atención hacia Al∙lâh únicamente.
Si hay una mujer hermosa en la mezquita es natural que los ojos se
posen sobre ella. No está ni bien ni mal, es simplemente un hecho.
Los creyentes se podrían distraer en sus pensamientos. Los hombres y
las mujeres son separados en la mezquita por esta única razón:
evitar distracciones absolutamente naturales y permitir a cada uno
el privilegio del rezo.
La
mezquita, como ya hemos apuntado, es un recinto muy simple. Si una
persona reza en casa, utilizará una pequeña alfombrilla de rezo para
que el lugar sobre el que reza esté limpio. Por esa misma razón, el
área destinada al rezo en una mezquita está por lo general
enmoquetada. No hay ningún misterio en torno a la alfombra del rezo
o la moqueta de la mezquita. El sentido común dice que esto
mantendrá el suelo limpio. Los adoradores se quitan sus zapatos
antes de entrar, por respeto hacia el lugar y hacia sus hermanos y
hermanas que se sentarán en el suelo, y para evitar traer suciedad
de la calle.
Hay
también en la mezquita un lugar separado destinado a realizar las
abluciones (limpieza personal antes del rezo). Tanto puede ser una
fuente decorada con bellos azulejos como un simple grifo del que
sale agua fría… Su función es la misma.
La
zona de rezo en la mezquita debe tener dos cosas: 1) alguna marca
que señale a los adoradores la dirección de La Meca; 2) un lugar
elevado en el suelo, aunque solo sea uno o dos escalones, desde el
que se da el discurso de los viernes.
Las
mezquitas varían enormemente en función del tamaño y el modo en que
han sido construidas, pero todas comparten los mismos rasgos
básicos. La mezquita de Regent’s Park en Londres, por ejemplo, tiene
una gran cúpula de cobre bajo la cual rezan los adoradores. La idea
de la mezquita con cúpula se desarrolló en la arquitectura Islámica
con el fin de que el sonido se amplificase y de modo que el aire
caliente de las tierras árabes se elevara hacia arriba en la
mezquita, proporcionando una temperatura fresca a los adoradores. La
cúpula es también un reflejo espiritual de los cielos extendidos por
encima del Hombre a través de la tierra.
El
mihrâb es la hornacina que se dispone en la pared para indicar
la dirección de La Meca. Puede tratarse de un simple hueco en forma
de arco en los ladrillos de la pared o de una estructura magnífica
de mármol policromo y de oro, pero en cualquier caso su función es
simple: amplificar la voz del imâm, que está situado delante
del mihrâb, y mostrar fácil y rápidamente a quien entre en la
mezquita la dirección de La Meca.
Muchas
mezquitas también tienen un minarete. En esta era de micrófonos y
altavoces, es fácil transmitir el Adhân. Antes, sin embargo,
subirse a lo alto del minarete para gritar el Adhân (la
llamada al Rezo) era la mejor forma de que la gente lo oyera, al
margen del ruido y el clamor de la calle.
Existe
otra pequeña idea falsa, sacada de una amplia lista, que algunos en
el mundo occidental tienen sobre el Islam. ¿Has oído alguna vez el
término “bolitas antiestrés”? No existen ningunas “bolitas
antiestrés” en el Islam, ni siquiera un antídoto para el
estrés, o un modo imaginativo de evitar fumar o morderse la uñas. A
menudo se puede ver a la gente andar por la calle manoseando un
juego de bolitas, una especie de cuenta, pero las bolitas no tienen
nada que ver con la preocupación o el estrés, sino con el rezo. Un
sibha, cuenta de rezo, consiste en una cuerda con
bolitas ensartadas que se hacen pasar entre los dedos. Ya sean las
bolitas piedras preciosas o simplemente plástico, el individuo que
lo utiliza dice en primer lugar, por cada bolita que toca:
“Glorificado sea Dios" (Subhâna Al·lâh) y así hasta
acabar la cuenta. En la segunda ronda dirá: “las alabanzas son para
Dios” (Alhamdu lil·lâh)en cada bolita, y en la tercera:
“Dios es Más Grande” (Al·lâhu Akbar). No existe
ninguna señal de preocupación en este acto, sino que se trata de un
simple reconocimiento a Dios, mientras los asuntos ordinarios de la
vida continúan. Si esta simple cuenta de bolitas es un antídoto, no
es debido a las bolitas en sí, sino a la Fe, que inspira la calma y
la paz en el corazón del creyente.
Entonces hemos visto que, según el Islam, el rezo es una parte
intrínseca de la vida de cada musulmán. Desde expresiones religiosas
que embellecen el discurso diario, a la recitación de aleyas del
Noble Corán mientras se va sentado en el autobús, o a la
pronunciación de fórmulas especiales al entrar en una casa o a la
utilización de pequeñas bolitas para el rezo, el día de un musulmán
está lleno de modos de pensar en Al∙lâh. El centro de todos estos
caminos lo constituyen los cinco rezos diarios decretados por Al·lâh
al hombre para bendecir el día.
Existen también los momentos tranquilos y privados del rezo, en la
mezquita o en la tranquilidad de la casa del creyente. Una creencia
muy hermosa, enseñada a los creyentes por Mohammad,
que los Rezos y la Paz de Al·lâh sean sobre él, es que el último
tercio de la noche, en las horas que preceden al rezo de alba, es un
momento muy especial para el rezo. Durante estas horas, dijo el
profeta, Al∙lâh desciende a lo más bajo de los cielos, buscando
activamente a aquellos que Le están suplicando en el rezo, para
concederles sus peticiones. ¿Dónde está el Dios cruel y vengativo
que muchos atribuyen al Islam? Todo lo contrario, este Dios es tan
tierno que se inclina para oír los rezos de Su Creación. El Creador
de las estrellas y del cielo, el Señor de los Mundos… se inclina.
En su
poema, Cuatro cuartetos, T.S. Eliot escribió una bella frase:
“Estás aquí para arrodillarte cuando tu rezo haya sido válido".
Observando una vez más la sencilla mezquita de 'Amr Ibn Al-'Âs,
no podemos ni imaginarnos el número de rezos que han sido ofrecidos
en este lugar. En tiempos de sequía, de plaga, hombres y mujeres
hambrientos han venido aquí para suplicar misericordia al
Omnipotente. En tiempos de victoria y logro, con motivo del
nacimiento de sus hijas o de las nupcias de sus hijos, se han
reunido aquí para darLe gracias. La alabanza y la adoración han sido
ofrecidas aquí siglo tras siglo, fila tras fila de creyentes. Sólo
podemos imaginar las manos elevadas suplicando, las lágrimas
silenciosas, las reservadas súplicas de ayuda que han hecho que el
rezo sea válido en este lugar. "El rezo ha facilitado la consecución
de más cosas de lo que este mundo haya soñado conseguir". Los
adoradores acuden desde el rezo del alba al rezo de la noche,
incluso algunos permanecen la noche entera en el lugar. Ellos saben
que, en el Día del Juicio Final, Al∙lâh les juzgará en primer lugar
por su lealtad al rezo, y por la rapidez con la que han respondido
al Adhân (llamada a la oración).
La
lealtad de algunos puede ser observada a simple vista porque en su
frente tiene un pequeño moretón, causado por la abundancia de sus
postraciones mediante el rezo. La lealtad de la mayoría, sin
embargo, sólo la conoce Al∙lâh, Que recompensará a Sus sirvientes
con el Paraíso. “He hecho cumplir Mi imposición y he hecho que
fuera ligera para Mis sirvientes. Aquél que rece estos cinco
rezos será recompensado como si hubiera rezado cincuenta. Lo que
decreto no puede ser cambiado.”
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