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El Mundo Arabe

lunes, 13 de octubre de 2014

El Rezo



Cuando entras a cualquier mezquita, lo primero que te llama la atención es su sencillez. Realmente, el típico visitante no tiene mucho que ver. No hallará ni capillas laterales de entramados complicados, ni estatuas, ni pinturas, sólo un espacio alfombrado destinado al rezo. Independientemente de que sea grande o pequeña, el plan interior es más o menos igual en todas: un espacio abierto con la dirección de La Meca claramente indicada en una de las paredes. La palabra árabe que significa mezquita, masÿid, quiere decir simple y llanamente “lugar de postración”; de ahí que cualquier lugar en la tierra podría ser una mezquita para el musulmán. Dondequiera que el musulmán se arrodille ante Al∙lâh en su rezo y cualquier parte de la tierra sobre la que caiga postrado ante Él, será considerado como un lugar sagrado.

El ejército de 'Amr Ibn Al-'Âs, se desplegó sobre Egipto hacia el año 642, introduciendo el Islam en toda África del Norte hasta Marruecos y el océano Atlántico. Los habitantes de Egipto, que hasta aquella fecha había sido un país predominantemente cristiano, se convirtieron al Islam inmediatamente. El Cairo se convertiría en una de las ciudades principales del mundo islámico. Sus mezquitas y centros de aprendizaje serían incomparables en el mundo árabe.

La mezquita de 'Amr Ibn Al-'Âs fue la primera mezquita que se construyó en toda África, y fue establecida con el objetivo de que los soldados de 'Amr pudieran rezar cuando llegaron por primera vez a El Cairo. Durante catorce siglos, el rezo ha santificado sus paredes. Ha sido remodelada y reestructurada muchas veces a lo largo de los años, pero todavía está erigida en el mismo punto elegido por 'Amr, el líder del ejército del Islam. Recientemente, la mezquita ha sido restaurada con cuidado y con buen gusto. Impresiona por su magnífica simplicidad: cuatro áreas cubiertas que se abren a un patio abierto grande con una fuente cubierta en su centro. Uno no deja de maravillarse por el cuantioso número de adoradores que acuden durante los rezos del viernes: se reúnen en la mezquita para rezar juntos como una comunidad y escuchar el discurso semanal que alimentará su fe durante toda una semana.

Lo que trajo a todos estos adoradores a la mezquita es el Adhân, la llamada al rezo. Cinco veces al día, la persona que se encarga de llamar al rezo, el muecín, anuncia desde el minarete de cada mezquita que es la hora del rezo, hora de aparcar todas las tareas de la vida con el fin de adorar al autor de la Vida misma. En El Cairo, como en tantas ciudades grandes del mundo musulmán, la llamada al rezo proviene en primer lugar de una mezquita y luego, a través de la distancia, de otra y luego de otra, hasta que la ciudad entera parece lanzar un grito a Dios, Al·lâhu Akbar, Dios es Más Grande.

Aquellos que no son musulmanes deben de preguntarse qué significará todo ese ruido. Expresado en árabe, las palabras exactas del Adhân son éstas:

Dios es Más Grande, Dios es Más Grande,
Dios es Más Grande, Dios es Más Grande.
Atestiguo que no hay más dios que Al∙lâh[1].
Atestiguo que no hay más dios que Al∙lâh.

Atestiguo que Mohammad es el Mensajero de Al∙lâh.

Atestiguo que Mohammad es el Mensajero de Al∙lâh.

Venid de prisa al rezo. Venid de prisa al rezo.
Venid de prisa a la prosperidad. Venid de prisa a la properidad.
Dios es Más Grande. Dios es Más Grande.
No hay más dios que Al∙lâh.

Como si se tratara de un toque de queda que incita a los ciudadanos a apresurarse y a tomar refugio, el Adhân insta a todos los musulmanes, a toda la Humanidad, a pensar en Dios, a dejar todo lo demás a un lado a favor de Él, a apresurarse al rezo y a resguardarse de las tareas de la vida bajo un solo Dios.

La primera llamada al rezo es seguida minutos más tarde por una segunda llamada, anunciando que el rezo está a punto de comenzar en la mezquita. Los musulmanes no tienen que ir imperativamente a la mezquita para llevar a cabo estos cinco rezos diarios, pero Mohammad SAAWS [2] enseñó a sus seguidores que era mejor para ellos hacerlo así, y que serían recompensados por Al∙lâh si lo hacían. Cada paso que un hombre da camino de la mezquita para rezar, según el profeta, le hará ascender un grado en el Paraíso y le garantizaría el perdón de uno de sus pecados.

El hecho de contemplar a todos los adoradores rezando juntos en la misma dirección representa un panorama extraordinario, sobre todo los viernes, el día de la semana en que el rezo del mediodía, Adh-dhohr debe llevarse a cabo a la vez por toda la comunidad. Esto es un recordatorio para cada uno de que Al∙lâh es el centro de todo, y que Él tiene prioridad sobre cualquier otra actividad.

Sin embargo, ¿por qué rezan los musulmanes cinco veces al día? Cualquier musulmán sería rápido en dar una respuesta: porque Al∙lâh lo ha decretado así. Ellos creen que cuando el Profeta Mohammad, que los Rezos y la Paz de Al∙lâh sean sobre él, viajó con el ángel Yibrîl por los siete cielos hasta ponerse en presencia del Mismo Al∙lâh, le fueron establecidos los cinco rezos diarios, como segundo pilar del Islam. Mohammad explicó después de ese suceso que al principio se le había dicho que él y sus seguidores deberían rezar cincuenta veces al día. Él aceptó este mensaje y comenzó a retirarse hasta que el profeta Mûsâ (Moisés) se acercó a él y le dijo que sería imposible que su comunidad cumpliera este decreto. Así que Mohammad volvió y suplicó a Al·lâh que redujera el número de rezos. Entonces, Al∙lâh redujo el número de rezos a diez, y Mohammad lo aceptó y empezó a retirarse, pero Mûsâ se acercó una vez más a Mohammad y le dijo que ni siquiera su propia gente, los judíos, habían sido capaces de llevar a cabo tanto rezo. Así, Mohammad volvió una vez más y pidió a su Señor que el número fuera reducido. Al∙lâh entonces decretó que el número de rezos diarios fuera fijado en cinco. Mûsâ todavía pensó que esto era demasiado, pero Mohammad sintió vergüenza de pedir más a su Señor. Al∙lâh declaró: “He hecho cumplir Mi imposición y he hecho que fuera ligera para Mis sirvientes. Aquél que rece estos cinco rezos será recompensado como si hubiera rezado cincuenta. Lo que decreto no puede ser cambiado.”

Como hemos dicho anteriormente, hay un deseo vehemente en los corazones de las personas que les hace ansiar la felicidad y la realización en la vida. Ninguna cantidad de cosas materiales puede satisfacer ese ansia. Los hombres y las mujeres bloquean la sed que tienen de felicidad con tantas cosas como pueden para mantenerse ocupados. El rezo, sin embargo, responde a esta sed de manera real. El rezo nos calma y nos pone en sintonía con nuestra verdadera identidad. El rezo no es una fuga de la realidad. En ciertos momentos del rezo, podemos escaparnos hacia la realidad y ver las cosas como realmente son. El rezo nos da una perspectiva verdadera.

Los cinco rezos diarios se llevan a cabo en momentos fijos a lo largo del día: al alba, al mediodía, a media tarde, a la puesta del sol y a la caída de la noche. Aportan una pauta de alabanza y adoración a la vida diaria de modo que todos los asuntos del día quedan bendecidos por el rezo. Al despertarse al amanecer o al acudir al trabajo con el calor de la tarde, el musulmán es convocado para que olvide todo lo demás durante un rato y gire sus pensamientos hacia Dios.

Sin embargo, antes de rezar, el creyente debe lavarse. Antes del rezo se establece una rutina especial para ello. El musulmán quiere mostrarse limpio ante el Omnipotente. A nadie se le ocurriría acudir a una recepción con el presidente de Francia sin lavarse antes. Nadie iría a una entrevista de trabajo con las manos sucias. Del mismo modo, sería impensable para un musulmán acudir ante Al∙lâh sin estar limpio. Los musulmanes destinan unos minutos para limpiarse antes de comenzar el rezo. Esto permite que, desde el punto de vista físico, el polvo y la suciedad de la vida diaria sean eliminados con el agua, de la misma manera que el polvo y la suciedad que se agarran a nuestros corazones son eliminados por medio del lavado espiritual a través del rezo.

Hay otra cosa que podría ayudarnos a entender la importancia de lavarse antes de que el rezo comience. En algunas mezquitas construidas hace mucho, uno entraba a través de lo que se conocía como ziyâda (recinto), que rodeaba la mezquita y también incluía una pared alta para aislar la mezquita de sus edificios circundantes. Al pasar a través de la primera puerta de la calle, caminando por el recinto, uno deja el ajetreo de la vida tras de sí antes de entrar en la mezquita. Este recinto proporcionó una ruptura física entre la actividad de la calle y la vida tranquila de la mezquita. El lavado antes del rezo realiza una función similar. Esto da al fiel el suficiente tiempo como para aislarse del mundo del comercio y del trabajo, y conseguir el estado de ánimo requerido para centrar todos sus pensamientos en Al∙lâh. Mientras uno se lava, deja todo lo que le mantuvo ocupado y declara su intención de irse a rezar.

El rezo actual sigue un modelo fijo, con acciones diversas acompañadas de palabras determinadas. Los rezos son dichos en árabe, sin tener en cuenta la nacionalidad de quien los realiza, e implican la recitación de ciertas partes del Noble Corán. Cuando el modelo fijo del rezo ha sido completado, un individuo puede añadir entonces sus propios rezos, si él lo desea, en cualquier lengua. Al principio, los nuevos musulmanes encuentran difícil dominar los rezos en árabe, pero el ritmo y el modelo del rezo pronto se hacen naturales para ellos. En cada uno de los cinco rezos diarios los adoradores recitan las aleyas que abren el relato del Noble Corán, así como otras aleyas que pueden haber aprendido.

Vale la pena destacar aquí que muchos musulmanes se sienten enormemente orgullosos de saberse todo el Corán de memoria, habiendo comenzado a aprenderlo desde niños. Muchas mezquitas proporcionan lecciones de lectura y recitado, y muchas escuelas dan premios a niños que logran recitar un gran número de aleyas de una sola vez.

No deja de sorprender, al viajar en metro o en un autobús público en cualquier ciudad musulmana, la cantidad de gente que encuentras con el Corán abierto y recitando sus aleyas en voz alta, sobre todo durante el mes sagrado de Ramadán. En muchos países occidentales, donde las demostraciones abiertas de fe son extrañas y acaban atrayendo la mirada perpleja de cualquier espectador, esto resultará extraño. Sin embargo, en el mundo musulmán resulta totalmente natural y en absoluto extraño encontrar a una persona que se sienta al lado tuyo en un tren o un autobús y que recita aleyas del Corán. Esa recitación es una forma de adoración. Muy a menudo, en un taxi o vehículo público, la cinta de cassette que pone el conductor no contiene música de última moda, sino una cinta de éste o aquel sheij famoso que recita aleyas del Noble Corán.

El Islam no establece ninguna diferencia entre la religión y la vida cotidiana. Al contrario, para el musulmán, el Islam es la vida misma. Una de las mayores barreras para el entendimiento del Islam y la importancia que éste tiene en la vida de los creyentes, es la diferente manera de observar la religión en Oriente y en Occidente. En el mundo occidental muchas personas sinceras van a su iglesia un domingo y luego tratan de poner en práctica durante la semana lo que han oído durante aquel domingo. En el Islam no hay ningún domingo (sábado para los judíos), ningún día de la semana que sea más sagrado que otro. Para los musulmanes, no se trata de esforzarse en vivir una vida buena, basándose en su adoración del domingo o del sábado. Para el musulmán sincero, cada momento de cada día es vivido sintiendo la presencia de Al∙lâh. El Islam es un estilo de vida completo. Una vez que el creyente se ha inclinado en total sumisión a Dios, todo lo demás sigue su curso natural. El Islam nos enseña cómo saludar a los otros, cómo entrar en una casa, cómo comer... El buen musulmán se preocupa por su salud, su vestimenta, el modo en que habla y el modo en que mira a los demás, siguiendo las enseñanzas precisas del Islam en estos aspectos. Así, entra en la mezquita de una manera determinada, al subir a un autobús saluda a todos los presentes con la expresión As-salâmo 'alaikom (Que la paz sea con vosotros) y todo lo que ve y hace está directamente relacionado con lo que cree.

En la sociedad musulmana, nadie encuentra excesivo ni desaprueba que un musulmán recite en voz alta las palabras de Al∙lâh. Aquellos musulmanes que no han conseguido la gran proeza de aprenderse el Corán entero de memoria, emplean el conocimiento del Corán que tienen al incluir aleyas diferentes en determinados momentos del rezo. Las aleyas –versículos- de apertura, sin embargo, son siempre las mismas:

[En el nombre de Al∙lâh, el Todo Misericordioso, el Muy Misericordioso. Las alabanzas a Al∙lâh, Señor de los mundos, El Todo Misericordioso, el Muy Misericordioso; Rey del Día de la Retribución. Sólo a Ti Te adoramos, sólo en Ti buscamos ayuda. Guíanos por el camino recto, el camino de los que has favorecido, no el de los que son motivo de ira, ni el de los extraviados.]TSQ [3](Noble Corán 1:1-7)

El rezo es, en primer lugar, una alabanza y adoración a Al∙lâh, y expresa la actitud de los musulmanes hacia Dios: ellos se inclinan y se postran en humildad ante Él. Ellos reconocen que Él es el Señor de todo y que nada de lo que hagan puede concluir en nada bueno a menos que sea precedido por el nombre de Al∙lâh. El rezo suplica a Al∙lâh que incluya a los adoradores creyentes con aquellos que serán salvados. El resto del rezo se desarrolla de la misma manera. Los adoradores reflejan lo que están diciendo con sus labios mediante los movimientos que realizan, así se inclinan, se arrodillan o se postran a la vez que dicen unas fórmulas determinadas.

Otra vez, observamos que existe una gran diferencia entre este rezo de adoración y alabanza, y las actitudes predominantes que han crecido en el mundo occidental. Las nociones de libertad, justicia e igualdad hacen que muchas personas en Occidente se muestren inquietas ante la idea de postrarse ante alguien. Piensan que es indigno el hecho de que hombres y mujeres caigan postrados en la tierra. Sin embargo, para el musulmán es totalmente apropiado postrarse ante Al∙lâh, así como temer Su juicio Final y pedir Su piedad. Estas actitudes son muy reales en el corazón del musulmán. Hemos dicho que el primer pilar del Islam consiste en atestiguar que no hay nadie digno de adoración excepto Al∙lâh. En este sentido, el rezo musulmán acepta esa declaración y la pone en práctica. Los musulmanes encontrarían bastante escandalosa la idea de que uno pueda dirigirse a Dios como a un igual. Recuerda que según ellos Dios no tiene igual y no tiene socios.

Si otras sociedades hablan de libertad e igualdad ante Dios, no tienen más que fijarse en lo que ocurre dentro de la mezquita. Durante los rezos, los fieles están juntos, de pie, hombro con hombro, dispuestos en filas, rezando juntos sin que haya diferencias por el nivel de educación o riqueza. En la mezquita podrías encontrar a un príncipe rezando al lado de un hombre pobre. Al final de los rezos, ellos se saludarán mutuamente antes de la salida. No hay lugar en el rezo musulmán para la diferencia de clase. Incluso el hombre que conduce los rezos ha sido elegido no porque sea una persona profesionalmente religiosa, haciendo un trabajo para el cual le pagan, sino porque sabe más sobre el Islam y el Corán que otras personas. No hay ningún sacerdote en el Islam. Ningún ministro religioso que actúe en representación de los hombres. Únicamente hay hermanos y hermanas musulmanes que se inclinan en sumisión a Al∙lâh.

Sin embargo, algunas personas se apresurarían a señalar una diferencia. Dirían rápidamente que los hombres y las mujeres no rezan juntos. ¿Seguramente se trata de un prejuicio contra las mujeres? De hecho, según el Islam, lo contrario es verdadero. El Islam es una religión eminentemente práctica. Los adoradores se juntan en la mezquita para enfocar todos sus pensamientos y atención hacia Al∙lâh únicamente. Si hay una mujer hermosa en la mezquita es natural que los ojos se posen sobre ella. No está ni bien ni mal, es simplemente un hecho. Los creyentes se podrían distraer en sus pensamientos. Los hombres y las mujeres son separados en la mezquita por esta única razón: evitar distracciones absolutamente naturales y permitir a cada uno el privilegio del rezo.

La mezquita, como ya hemos apuntado, es un recinto muy simple. Si una persona reza en casa, utilizará una pequeña alfombrilla de rezo para que el lugar sobre el que reza esté limpio. Por esa misma razón, el área destinada al rezo en una mezquita está por lo general enmoquetada. No hay ningún misterio en torno a la alfombra del rezo o la moqueta de la mezquita. El sentido común dice que esto mantendrá el suelo limpio. Los adoradores se quitan sus zapatos antes de entrar, por respeto hacia el lugar y hacia sus hermanos y hermanas que se sentarán en el suelo, y para evitar traer suciedad de la calle.

Hay también en la mezquita un lugar separado destinado a realizar las abluciones (limpieza personal antes del rezo). Tanto puede ser una fuente decorada con bellos azulejos como un simple grifo del que sale agua fría… Su función es la misma.

La zona de rezo en la mezquita debe tener dos cosas: 1) alguna marca que señale a los adoradores la dirección de La Meca; 2) un lugar elevado en el suelo, aunque solo sea uno o dos escalones, desde el que se da el discurso de los viernes.

Las mezquitas varían enormemente en función del tamaño y el modo en que han sido construidas, pero todas comparten los mismos rasgos básicos. La mezquita de Regent’s Park en Londres, por ejemplo, tiene una gran cúpula de cobre bajo la cual rezan los adoradores. La idea de la mezquita con cúpula se desarrolló en la arquitectura Islámica con el fin de que el sonido se amplificase y de modo que el aire caliente de las tierras árabes se elevara hacia arriba en la mezquita, proporcionando una temperatura fresca a los adoradores. La cúpula es también un reflejo espiritual de los cielos extendidos por encima del Hombre a través de la tierra.

El mihrâb es la hornacina que se dispone en la pared para indicar la dirección de La Meca. Puede tratarse de un simple hueco en forma de arco en los ladrillos de la pared o de una estructura magnífica de mármol policromo y de oro, pero en cualquier caso su función es simple: amplificar la voz del imâm, que está situado delante del mihrâb, y mostrar fácil y rápidamente a quien entre en la mezquita la dirección de La Meca.

Muchas mezquitas también tienen un minarete. En esta era de micrófonos y altavoces, es fácil transmitir el Adhân. Antes, sin embargo, subirse a lo alto del minarete para gritar el Adhân (la llamada al Rezo) era la mejor forma de que la gente lo oyera, al margen del ruido y el clamor de la calle.

Existe otra pequeña idea falsa, sacada de una amplia lista, que algunos en el mundo occidental tienen sobre el Islam. ¿Has oído alguna vez el término “bolitas antiestrés”? No existen ningunas “bolitas antiestrés” en el Islam, ni siquiera un antídoto para el estrés, o un modo imaginativo de evitar fumar o morderse la uñas. A menudo se puede ver a la gente andar por la calle manoseando un juego de bolitas, una especie de cuenta, pero las bolitas no tienen nada que ver con la preocupación o el estrés, sino con el rezo. Un sibha, cuenta de rezo, consiste en una cuerda con bolitas ensartadas que se hacen pasar entre los dedos. Ya sean las bolitas piedras preciosas o simplemente plástico, el individuo que lo utiliza dice en primer lugar, por cada bolita que toca: “Glorificado sea Dios" (Subhâna Al·lâh) y así hasta acabar la cuenta. En la segunda ronda dirá: “las alabanzas son para Dios” (Alhamdu lil·lâh)en cada bolita, y en la tercera: “Dios es Más Grande” (Al·lâhu Akbar). No existe ninguna señal de preocupación en este acto, sino que se trata de un simple reconocimiento a Dios, mientras los asuntos ordinarios de la vida continúan. Si esta simple cuenta de bolitas es un antídoto, no es debido a las bolitas en sí, sino a la Fe, que inspira la calma y la paz en el corazón del creyente.

Entonces hemos visto que, según el Islam, el rezo es una parte intrínseca de la vida de cada musulmán. Desde expresiones religiosas que embellecen el discurso diario, a la recitación de aleyas del Noble Corán mientras se va sentado en el autobús, o a la pronunciación de fórmulas especiales al entrar en una casa o a la utilización de pequeñas bolitas para el rezo, el día de un musulmán está lleno de modos de pensar en Al∙lâh. El centro de todos estos caminos lo constituyen los cinco rezos diarios decretados por Al·lâh al hombre para bendecir el día.

Existen también los momentos tranquilos y privados del rezo, en la mezquita o en la tranquilidad de la casa del creyente. Una creencia muy hermosa, enseñada a los creyentes por Mohammad, que los Rezos y la Paz de Al·lâh sean sobre él, es que el último tercio de la noche, en las horas que preceden al rezo de alba, es un momento muy especial para el rezo. Durante estas horas, dijo el profeta, Al∙lâh desciende a lo más bajo de los cielos, buscando activamente a aquellos que Le están suplicando en el rezo, para concederles sus peticiones. ¿Dónde está el Dios cruel y vengativo que muchos atribuyen al Islam? Todo lo contrario, este Dios es tan tierno que se inclina para oír los rezos de Su Creación. El Creador de las estrellas y del cielo, el Señor de los Mundos… se inclina.

En su poema, Cuatro cuartetos, T.S. Eliot escribió una bella frase: “Estás aquí para arrodillarte cuando tu rezo haya sido válido". Observando una vez más la sencilla mezquita de 'Amr Ibn Al-'Âs, no podemos ni imaginarnos el número de rezos que han sido ofrecidos en este lugar. En tiempos de sequía, de plaga, hombres y mujeres hambrientos han venido aquí para suplicar misericordia al Omnipotente. En tiempos de victoria y logro, con motivo del nacimiento de sus hijas o de las nupcias de sus hijos, se han reunido aquí para darLe gracias. La alabanza y la adoración han sido ofrecidas aquí siglo tras siglo, fila tras fila de creyentes. Sólo podemos imaginar las manos elevadas suplicando, las lágrimas silenciosas, las reservadas súplicas de ayuda que han hecho que el rezo sea válido en este lugar. "El rezo ha facilitado la consecución de más cosas de lo que este mundo haya soñado conseguir". Los adoradores acuden desde el rezo del alba al rezo de la noche, incluso algunos permanecen la noche entera en el lugar. Ellos saben que, en el Día del Juicio Final, Al∙lâh les juzgará en primer lugar por su lealtad al rezo, y por la rapidez con la que han respondido al Adhân (llamada a la oración).

La lealtad de algunos puede ser observada a simple vista porque en su frente tiene un pequeño moretón, causado por la abundancia de sus postraciones mediante el rezo. La lealtad de la mayoría, sin embargo, sólo la conoce Al∙lâh, Que recompensará a Sus sirvientes con el Paraíso. “He hecho cumplir Mi imposición y he hecho que fuera ligera para Mis sirvientes. Aquél que rece estos cinco rezos será recompensado como si hubiera rezado cincuenta. Lo que decreto no puede ser cambiado.”

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