Alí Babá era un pobre leñador que vivía con su esposa en un pequeño pueblecito dentro de las montañas, allí trabajaba muy duro cortando gigantescos árboles para vender la leña en el mercado del pueblo.
Un día que Alí Babá se disponía a adentrarse en el bosque escuchó a
lo lejos el relinchar de unos caballos, y temiendo que fueran leñadores
de otro poblado que se introducían en el bosque para cortar la leña,
cruzó la arboleda hasta llegar a la parte más alta de la colina.
Una vez allí Alí Babá dejó de escuchar a los caballos y
cuando vio como el sol se estaba ocultando ya bajo las montañas, se
acordó de que tenía que cortar suficientes árboles para llevarlos al
centro del poblado. Así que afiló su enorme hacha y se dispuso a cortar
el árbol más grande que había, cuando este empezó a tambalearse por el
viento, el leñador se apartó para que no le cayera encima, descuidando
que estaba al borde de un precipicio dio un traspiés y resbaló ochenta
metros colina abajo hasta que fue a golpearse con unas rocas y perdió el
conocimiento. Cuando se despertó estaba amaneciendo, Alí Babá estaba tan mareado que no sabía ni donde estaba, se levantó como pudo y vio el enorme tronco del árbol hecho pedazos entre unas rocas, justo donde terminaba el sendero que atravesaba toda la colina, así que buscó su cesto y se fue a recoger los trozos de leña. |
Cuando tenía el fardo casi lleno, escuchó como una multitud de
caballos galopaban justo hacia donde él se encontraba ¡Los leñadores! -
pensó y se escondió entre las rocas.
Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope
frente a Alí Babá, pero no le vieron, pues este se había asegurado de
esconderse muy bien, para poder observarlos. Oculto entre las piedras y
los restos del tronco del árbol, pudo ver como a unos solos pies de
distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba: ¡Ábrete,
Sésamo!- acto seguido, la colina empezaba a temblar y entre los grandes
bloques de piedra que se encontraban bordeando el acantilado, uno de
ellos era absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de grandes
dimensiones por el que se introducían los demás hombres, con el primero a
la cabeza.
Al cabo de un rato, Alí Babá se acercó al hueco en la montaña pero
cuando se disponía a entrar escuchó voces en el interior y tuvo que
esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta
hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los
sacos que llevaban a los lomos de sus caballos, uno a uno fueron
entrando de nuevo en la colina, mientras Alí Babá observaba extrañado.
El hombre que entraba el último, era el más alto de todos y llevaba
un saco gigante atado con cuerdas a los hombros, al pasar junto a las
piedras que se encontraban en la entrada, una de ellas hizo tropezar al
misterioso hombre que resbaló y su fardo se abrió en el suelo, pudiendo
Alí Babá descubrir su contenido: Miles de monedas de oro que relucían
como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algún
que otro collar... ¡Era un botín de ladrón! Ni más ni menos que
¡Cuarenta ladrones!.
El hombre recogió todo lo que se había desperdigado por el suelo y
entró apresurado a la cueva, pasado el tiempo, todos habían salido, y
uno de ellos dijo ¡Ciérrate Sésamo!
Alí Babá no lo pensó dos veces, aún se respiraba el polvo que habían
levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando este se
encontraba frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones.
¡Ábrete Sésamo! Dijo impaciente, una y otra vez hasta que la grieta se
vio ante los ojos del leñador, que tenía el cesto de la leña en la mano y
se imaginaba ya tocando el oro del interior con sus manos
Una vez dentro, Alí Babá tanteó como pudo el interior de la cueva,
pues a medida que se adentraba en el orificio, la luz del exterior
disminuía y avanzar suponía un gran esfuerzo.
Tras un buen rato caminando a oscuras, con mucha calma pues al andar
sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo,
de pronto Alí Babá llegó al final de la cueva, tocando las paredes, se
dio cuenta que había perdido la orientación y no sabía escapar de allí.
Se sentó en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones,
para poder conocer el camino de regreso, decepcionado porque no había
encontrado nada de oro, se acomodó tras las rocas y se quedó adormilado.
Mientras tanto, uno de los ladrones entraba a la cueva refunfuñando y
malhumorado, pues cuando había partido a robar un nuevo botín se dio
cuenta de que había olvidando su saco y tuvo que galopar de vuelta para
recuperarlo, en poco tiempo se encontró al final de la sala, pues además
de conocer al dedillo el terreno, el ladón llevaba una antorcha que
iluminaba toda la cueva.
Cuando llegó al lugar en el que Alí Babá dormía, el ladrón se puso a
rebuscar entre las montañas de oro algún saco para llevarse, y con el
ruido Alí Babá se despertó.
Tuvo que restregarse varias veces los ojos ya que no cabía en el
asombro al ver las grandes montañas de oro que allí se encontraban, no
era gravilla lo que había estado pisando sino piezas de oro, rubíes,
diamantes y otros tipos de piedras de gran valor. Se mantuvo escondido
un rato mientras el ladrón rebuscaba su saco y cuando lo encontró, con
mucho cuidado de no hacer ruido se pegó a este para salir detrás de él
sin que se enterase, dejando una buena distancia para que no fuera
descubierto, pudiendo así aprovechar la luz de la antorcha del bandido.
Cuando se aproximaban a la salida, el ladrón se detuvo, escuchó
nervioso el jaleo que venía de la parte exterior de la cueva y apagó la
antorcha. Entonces Alí Babá se quedó inmóvil sin saber qué hacer, quería
ir a su casa a por cestos para llenarlos de oro antes de que los
ladrones volvieran, pero no se atrevía a salir de la cueva ya que fuera
se escuchaba una enorme discusión, así que se escondió y esperó a que se
hiciera de noche. No habían pasado ni unas horas cuando escuchó unas
voces que venían desde fuera "¡Aquí la guardia!" - ¡Era la guardia del
reino! Estaban fuera arrestando a los ladrones, y al parecer lo habían
conseguido, porque se escucharon los galopes de los caballos que se
alejaban en dirección a la ciudad.
Pero Alí babá se preguntaba si el ladrón que estaba con él había sido
también arrestado ya que aunque la entrada de la cueva había
permanecido cerrada, no había escuchado moverse al bandido en ningún
momento. Con mucha calma, fue caminando hacia la salida y susurró
¡Ábrete Sésamo! Y escapó de allí.
Cuando se encontró en su casa, su mujer estaba muy preocupada, Alí
Babá llevaba dos días sin aparecer por casa y en todo el poblado corría
el rumor de una banda de ladrones muy peligrosos que asaltaban los
pueblos de la zona, temiendo por Alí Babá, su mujer había ido a buscar
al hermano de Alí Babá, un hombre poderoso, muy rico y malvado que vivía
en las afueras del poblado en una granja que ocupaba el doble que el
poblado de Alí Babá. El hermano, que se llamaba Semes, estaba enamorado
de la mujer de Alí Babá y había visto la oportunidad de llevarla a su
granja ya que este aunque rico, era muy antipático y no había encontrado
en el reino mujer que le quisiera.
Cuando Alí Babá apareció, el hermano, viendo en peligro su
oportunidad de casarse con la mujer de este, agarró a su hermano del
chaleco y lo encerró en el almacén que tenían en la entrada de la
vivienda, donde guardaban la leña. Allí Alí Babá le contó lo que había
sucedido, y el hermano, aunque ya era rico, no podía perder la
oportunidad de aumentar su fortuna, así que partió en su calesa a la
montaña que Alí Babá le había indicado, sin saber, que la guardia real
estaba al acecho en esa colina, pues les faltaba un ladrón aún por
arrestar y esperaban que saliese de la cueva para capturarlo.
Sin detenerse un instante, Semes se colocó frente a la cueva y dijo
las palabras que Alí Babá le había contado, al instante, mientras la
puerta se abría, la guardia se abalanzó sobre Semes gritando "¡Al
ladrón!" y lo capturó sin contemplaciones, aunque Semes intentó
explicarles porque estaba allí, estos no le creyeron porque estaban
convencidos de que el último ladrón sabiendo que sus compañeros estaban
presos, inventaría cualquier cosa para poder disfrutar él solo del
botín, así que se lo llevaron al reino para meterle en la celda con el
resto de ladrones.
Al día siguiente Alí Babá consiguió salir de su encierro, y fue en
busca de su mujer, le contó toda la historia y esta entusiasmada por el
oro pero a la vez asustada acompañó a Alí Babá a la cueva, cogieron un
buen puñado de oro, con el que compraron un centenar de caballos, y los
llevaron a la casa de su hermano, allí durante varios días se dedicaron a
trasladar el oro de la cueva al interior de la casa, y una vez habían
vaciado casi por completo el contenido de la cueva, teniendo en cuenta
que su hermano estaba preso y que uno de los ladrones estaba aún libre
se pusieron a buscarlo. Tardaron varios días en dar con él, ya que se
había escondido en el bosque para que no le encontraran los guardias,
pero Alí Babá conocía muy bien el bosque, y le tendió una trampa para
cogerle. Así que lo ató al caballo y lo llevo al reino, donde lo entregó
a cambio de que soltaran a su hermano, este, enfadado con Alí Babá por
haberle vencido cogió un caballo y se marchó del reino.
Alí Babá ahora estaba en una casa con cien caballos, que le servirán
para vivir felizmente con su mujer, y decidió asegurarse de que los
ladrones jamás intentasen robarle su tesoro, así que repartió su fortuna
en muchos sacos pequeños y le dio un saquito a cada uno de los
habitantes del pueblo, que se lo agradecieron enormemente porque así
iban a poder mejorar sus casas, comprar animales y comer en abundancia.
Así fue como Alí Babá le robó el oro a un grupo de ladrones que
atemorizaban su poblado, repartió sus riquezas con el resto de
habitantes y echó a su malvado hermano del pueblo, pudiendo dedicarse
por entero a sus caballos y no teniendo que trabajar más vendiendo leña.
Se dice hoy que cuando Alí Babá sacó todo el oro de la cueva, esta se cerró y no se pudo volver a abrir.
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